“El Centro Histórico bajo cerco: cierres viales desatan el caos navideño en Puebla”
La ciudad amordazada
La madrugada se abrió como una página en blanco. Las calles del Centro Histórico, con su historia tallada en piedra y asfalto, despertaron al rumor de cierres. No eran barricadas de protesta, ni un eco de revolución; eran las barreras de un orden festivo que, como cada diciembre, transforman el corazón de Puebla en un laberinto de luces y frustración.
Desde el 24 de diciembre, y luego el 30 y 31, a partir de las 5:00 de la mañana, las calles más transitadas quedarían clausuradas al tráfico vehicular. La Secretaría de Seguridad Ciudadana (SSC) y la de Seguridad Pública (SSP) orquestaron este movimiento como un sacrificio al dios de la seguridad peatonal.
Las arterias cerradas
La ciudad anunció su veredicto:
- 9 Norte y 16 Poniente
- 7 Norte y 18 Poniente
- 5 Norte y 14 Poniente
- 3 Norte y 20 Poniente
- 2 Norte y 18 Oriente
Cada nombre, una sentencia para los conductores que, atrapados en su rutina, no escucharon el aviso o subestimaron su alcance.
El caos planificado
“Es necesario para evitar accidentes”, dijeron las autoridades. Pero en las redes sociales, el eco era otro:
- “Siempre lo mismo: bloquean todo y no ofrecen soluciones”, escribió un conductor habitual del Centro.
- “La ciudad no es para coches; los peatones agradecemos esto”, respondió alguien desde otra acera del debate.
El hashtag #CierresEnPuebla ascendió en Twitter como un lamento colectivo, mientras mapas improvisados con rutas alternas circulaban en WhatsApp.
Un centro que respira
Sin autos, las calles parecían recordar su vocación original. El flujo peatonal creció como una marea que se extendía sin freno, llenando plazas y banquetas con la urgencia de las compras de última hora. Los vendedores ambulantes, siempre un paso adelante, ocupaban los espacios liberados con una precisión casi coreografiada.
El ritual inevitable
Diciembre, como cada año, llegaba con su dualidad: caos y celebración, frustración y magia. En el Centro Histórico, donde los cierres viales eran un ritual tan predecible como los villancicos, la ciudad encontraba su equilibrio entre el bullicio y la resignación.
Así, los conductores, atrapados en la periferia, dejaban escapar un suspiro mientras contemplaban las luces navideñas desde lejos, preguntándose si el sacrificio valía la pena.
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